RESURRECCIÓN

Por Manuel

Pido excusas si les resulta aburrido, tal vez fue por haber estado en tinieblas durante
la Semana Santa que me dio por ponerme a jugar al teólogo.

Uno de los eventos que más ha puesto en duda mi fe, fue la muerte de mi abuela. Ella fue una mujer excepcional y un ejemplo de cristiandad; y aunque en mis recuerdos de infancia no aparece muy apegada a los ritos, en su vida siempre promulgó con hechos el amor al prójimo. Algunos años antes de morir, la escuché decir que lo único que ella le pedía a Dios era que no la fuera a dejar morir de cáncer porque le parecía una muerte dolorosa y muy triste. El 24 de febrero de 1993 murió de un cáncer que la destruyó en un año, un año doloroso y muy triste para toda la familia. Los sicólogos aconsejaron no contarle que la enfermedad que padecía era cáncer y al parecer nunca lo sospechó, lo cierto es que asumió toda la enfermedad y la agonía con un estoicismo admirable, sin dejar de preocuparse por los asuntos de la casa (aunque ya no pudiera atenderlos) y el bienestar de todos sus seres queridos. Mi pregunta obvia después de su muerte fue: ¿y Dios a qué juega, qué clase de lección le quería dar a esta mujer tan buena? ¿Cómo es que no pudo cumplir su única petición? Yo tenía 17 años cuando ella murió.

Muchos años después comentaba este hecho con un amigo sacerdote y el me hizo una pregunta que me sorprendió por una crueldad que no entendí: ‘¿Está seguro que esa agonía de su abuela no trajo ningún beneficio para su familia?’ Aunque la pregunta me parecía absurda y hasta ofensiva, traté de reflexionar al respecto. Recordé entonces como a medida que avanzaba la agonía de mi abuela mi familia fortalecía sus lazos de unión en torno a ella, cómo cada uno a su manera se solidarizaba con el dolor de ella y cómo ese fin común de tratar de hacer que sus últimas días fueran felices, lograron que la familia se comportara como una verdadera comunidad cristiana en la que cada uno aportaba en la medida de sus posibilidades. Ese año triste definitivamente acrecentó el cariño y fortaleció unos vínculos que aún hoy, 14 años después, no se debilitan. Gracias a esa unión hemos sabido superar otros momentos difíciles que se nos han presentado en la vida y hemos logrado que los momentos felices se vivan con mayor plenitud.. Es algo así como si la familia permaneciera unida en torno a mi abuela, es algo así como si ella hubiera resucitado y su espíritu siguiera habitando con nosotros. Así es como entiendo yo la resurrección de los muertos.

La experiencia de Cristo resucitado para los apóstoles debió haber sido algo similar pero por supuesto mucho más grandiosa. Yo ya no me imagino a Jesús apareciéndose a sus amigos como un espanto y aunque mucha gente (y la iglesia ayuda a eso) basa su fe en una resurrección mágica yo pienso, y sobre todo siento, que la resurrección es una experiencia espiritual más grande que la magia. Para mi en el episodio de Emaús, Jesús no se les aparece a sus discípulos sino que cuando ellos comparten el pan con el extraño descubren que Jesús sigue vivo en ellos porque aprendieron a amar a cualquier persona como si fuera Él, aprendieron a compartir su pan como si lo compartieran con su amado maestro.

Un ejemplo actual de esa experiencia de Cristo resucitado, para mi, es la comunidad del barrio Buenos Aires en Bogotá, donde se respira ese ambiente de solidaridad, de entrega y de tantas cosas buenas y que sin ser una comunidad perfecta, ha logrado cosas muy interesantes en torno a su capilla y en el nombre de Cristo. Claro, con la calidad humana de las personas que componen esa comunidad, las cosas se facilitan.

También veo la resurrección en los sacrificios de un padre o una madre por sus hijos. Los cuidados muchas veces les implican ‘morir’ a cosas suyas pero lo hacen con todo el amor del mundo, pero ese ‘morir’ se vuelve resurrección en todo el aprendizaje que implica esa experiencia de amor y en el bienestar de los hijos.
En conclusión, yo pienso que a la resurrección se le debería quitar ese tinte de magia y buscar que los fieles se aproximaran más a la experiencia espiritual. El problema es que eso conllevaría, seguramente, a que muchos fieles se apartaran de la iglesia y por supuesto dejaría de recibir mucho dinero. En fin, yo preferiría fieles más convencidos aunque no se recibiera tanta plata, pero como, yo no soy el Papa.

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