REINICIO

Por Manuel Pineda 

El 2 de marzo de 2020, después de muchos años, me reencontré con mi amor por la escritura, a través de una pregunta simple: ¿Quién eres?

Ese lunes, sobre las 9 de la mañana, la pregunta apareció en un mensaje de WhatsApp mientras estaba en la habitual reunión de planificación semanal en la oficina. No me pareció una pregunta difícil y decidí que me tomaría unos minutos del almuerzo para responderla por escrito y que una vez lo hiciera, se convertiría en la mejor excusa para reactivar el blog que llevaba tantos años abandonado. La decisión de mi cerebro fue diferente: La pregunta se volvió la mayor prioridad en mis pensamientos y, aunque sí la respondí por escrito y la compartí con algunas personas, jamás llegó al blog que siguió abandonado hasta ahora.

Cuando por fin me decidí a actualizar el blog; se me ocurrió que lo más sencillo era simplemente publicar el escrito de ese entonces, así que no reparé mucho en la fecha y simplemente abrí el archivo y empecé a leerlo con la intención de hacer unos ajustes menores y publicarlo, cosa de unos minutos y ya. De nuevo los planes de mi cerebro eran otros: Tenía que concentrarme primero que todo en la fecha, tenía que contar los días y confirmar que 18 días después en Bogotá, tendríamos un simulacro de confinamiento durante el fin de semana, que a la postre se convirtió en confinamiento definitivo por varios meses; tenía que confirmar que habían transcurrido casi mil días desde ese lunes y tendría que leerlo muchas veces porque ya no sería el escrito que llevaría al blog sino la inspiración y el insumo para el que sí publicaría.

En una de las tantas lecturas que mi cerebro me obligó a hacer, me imaginé que viajaba en el tiempo y que quien lo leía era mi yo de ese momento; el sentido de la lectura cambió. Se sintió la alegría y la emoción de quien se reencuentra con su viejo amor de la escritura, muy diferente al tono nostálgico con el que leía el lector de 2022. Claro, quien lo escribió y lo leía en ese momento, aunque sabía que algo raro estaba empezando a ocurrir, por las noticias que llegaban de Asia y Europa, estaba muy lejos de imaginarse lo que en realidad ocurriría en los meses siguientes. No tenía idea de que uno de sus amigos de la vida moriría en medio del caos y la incertidumbre ni tampoco se imaginaba la transformación que habría en la manera de interactuar con sus seres queridos. No tenía idea de que personas con las que había solo cruzado algunas palabras o incluso personas que aún no conocía, serían importantes en lo que estaba por venir, y que con algunos incluso se volvieran a distanciar, y que a uno de ellos lo tendría que despedir para siempre sin haberlo visto nunca en persona. No tenía idea de lo irónico que resultaría sentir cercanas palabras como “encierro”, “confinamiento” o “distanciamiento” ni que el adjetivo “solitaria” se utilizaría para describir su ciudad tan acostumbrada al caos y la congestión. No tenía ni idea de que la muerte se convertiría en tema de conversación recurrente por muchos meses.

Pero leer lo que escribí ese lunes también me mostró que, si bien algunas cosas han cambiado, la esencia permanece: el amor por mis seres más cercanos sigue siendo el principal impulso para trabajar, progresar y vivir cada día; sigo disfrutando contar historias y dar vida a personajes tanto en un escrito como sobre las tablas de un escenario; sigo degustando con el mismo placer, el sabor de los momentos solitarios y el de los momentos en buena compañía. Leer lo que escribí ese lunes también me mostró que lo que sí cambió, sin alterar la esencia, es que la idea recurrente de que todo puede cambiar en cualquier momento ahora incluye la posibilidad de que el cambio no sea solo para mi y mi entorno sino para toda la humanidad.

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