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REINICIO

Por Manuel Pineda  El 2 de marzo de 2020, después de muchos años, me reencontré con mi amor por la escritura, a través de una pregunta simple: ¿Quién eres? Ese lunes, sobre las 9 de la mañana, la pregunta apareció en un mensaje de WhatsApp mientras estaba en la habitual reunión de planificación semanal en la oficina. No me pareció una pregunta difícil y decidí que me tomaría unos minutos del almuerzo para responderla por escrito y que una vez lo hiciera, se convertiría en la mejor excusa para reactivar el blog que llevaba tantos años abandonado. La decisión de mi cerebro fue diferente: La pregunta se volvió la mayor prioridad en mis pensamientos y, aunque sí la respondí por escrito y la compartí con algunas personas, jamás llegó al blog que siguió abandonado hasta ahora. Cuando por fin me decidí a actualizar el blog; se me ocurrió que lo más sencillo era simplemente publicar el escrito de ese entonces, así que no reparé mucho en la fecha y simplemente abrí el archivo y empecé a lee

UN GRADO DE SEPARACIÓN.

Por Alejo Quintero. Durante la noche no tuvieron mucho contacto, sus acercamientos se limitaron estrictamente a lo que ofreció la casualidad y nunca tuvieron necesidad de cruzar sus miradas. Apenas tuvieron una percepción consciente de la existencia del otro cuando un amigo común les indicó que tomaran el mismo taxi pues eran los 2 únicos que vivían en esa zona de la ciudad. Cuando el vehículo se detuvo frente a ellos, el se adelantó, abrió la puerta y la invitó a que abordara el vehículo. Ella agradeció con una sonrisa. Primer cruce de miradas de la noche. Era un taxi un poco viejo pero en muy buen estado, de esos que tienen una separación entre el conductor y la silla de atrás, “Es que lo instalé en esa época en que los ladrones estaban alborotados y no lo quito porque en cualquier momento se vuelven a alborotar” explicó el conductor. Sostuvieron una conversación intrascendente sobre el evento y las personas que habían asistido, que concluyó cua

A LA ORILLA DEL RÍO

Por Alejo Quintero. Dormir era la mejor forma que hallaba para regresar a ese mundo perfecto que había sido su infancia al lado de su abuelo y por eso después de vagar por las calles todo el día, al llegar la noche buscaba acercarse a la ribera de aquel río del que su abuelo siempre decía: " Mire mijo, este río lo ayudé a canalizar yo, yo fui uno de los obreros que participó en eso, pero fue hace mucho tiempo, cuando esta ciudad era un pueblo grande ". Su abuelo tenía, como casi todos los abuelos, algo de sabio y mucho de resabiado, la prudencia ya no se encontraba en el top 5 de sus virtudes y hacerlo cambiar de opinión era una tarea casi imposible. Recorrer la ciudad al lado del viejo significaba conocer las anécdotas de cada rincón: "En esa casa vivieron los Morales Pérez, los primeros que se divorciaron públicamente… en esta calle aprendió a jugar fútbol 'el churusco' Martínez… en esa esquina fue la primera estrellada de carros del barrio… ese río fue el qu

ACOMPAÑANTE DE JAIRO GUALDRÓN.

Por Alejo Quintero. Desde el fondo del corredor de urgencias vio venir a un hombre alto pero no supo diferenciar si era un enfermero o un médico. Vestía ropa azul claro, tenía cubierta la cabeza con un sombrero de tela del mismo color y la cara con un tapabocas blanco. Desde que empezó la paranoia de la peste, toda la gente, varias manzanas a la redonda del hospital, usaba tapabocas. El hombre llegó hasta la puerta de la sala de urgencias, se destapó la boca y le dijo algo en voz baja al vigilante. Sonrieron, no parecía que portara malas noticias y en voz alta dijo: - El acompañante de Jairo Gualdrón. Extrañamente esta vez no pudo, o no quiso, responder que ella era la persona que buscaban. Extrañamente esta vez, escuchar ese nombre la llevó al recuerdo de la primera vez que lo escuchó. *** Regresaban del cumpleaños de algún primo, con sus padres y sus hermanos, y al ingresar a la casa descubrieron a un muchachito que pretendía robarles el televisor,

EL TÍO JULIO

Por Alejo Quintero Siempre en la casa de la abuela, en vacaciones o un sábado o un domingo cualquiera, o una noche de jueves o de martes, pero siempre en la casa de la abuela. Al comienzo tímidos y prevenidos; después los juegos, las discusiones, la risa, los juegos, la bronca, el llanto, los juegos. Tantas variaciones y emociones que solo a nuestros padres se les ocurriría llamar: rutina. El campo de juego, el campo de batalla, un imponente salón de eventos, un hospital, una basta jungla, un parque de diversiones, una ciudad. La casa de la abuela podía ser todo eso, éramos capaces de transformar cualquier rincón, cualquier mueble, cualquier habitación, cualquier adorno. Todo excepto un espacio que con el paso del tiempo se volvió sublime. En cualquier instante aparecía por la puerta principal el tío Julio con su cabeza grande, su barba descuidada, su caminar desgarbado, su voz grave y profunda y ese acento tan particular entre francés y argentino. Saludaba a nuestros padres y para cad

LOS ZAPATOS COLGADOS DEL CABLE

Por Alejo Quintero. No sé en que lugar de la ciudad me encuentro, ni siquiera tengo plena certeza de que sea la misma ciudad de los últimos meses. No sé la hora, ni el día, ni el año. Solo sé que estoy tirado en la acera de una calle solitaria, con la misma ropa de las últimas semanas pero más sucia y envuelto en cobijas malolientes. No logro identificar nada de lo que me rodea, asumo que habrá basura por el olor, aunque desconozco si se trata de mi propio aroma. El silencio se rompe por el fugaz sonido de raudos automóviles, sirenas de ambulancias y patrullas, algún grupo de gente gritando o riendo y de vez en cuando alguna ráfaga de balazos. Siento en el oído un chillidito sutil pero incesante que me impide saber a que distancia se produce cada sonido. Lo que sea que estoy metiendo es cada vez más poderoso y le pega más duro a mi sistema nervioso. Hace muchos años que empecé a meter vicio para olvidarme de la vida que me había tocado vivir y que nunca me gustó, y poco a poco me empec

EL RITUAL

Por Alejo Quintero Nos conocimos al mediodía de un soleado 21 de junio y desde el primer momento en que nos vimos, nuestras miradas se cruzaron con la convicción de no dejar escapar el sentimiento que acababa de nacer. Era la niña más hermosa que había visto en mi vida y su hermosura le dio una razón de ser a mi sentido de la vista. En mis manos llevaba una florcita de pétalos blancos y en una reacción instintiva se la regalé mientras nos decíamos nuestros nombres. La noche del 22 de junio, bajo un firmamento soñado para cualquier astrónomo pobre y después de un inocente festejo propio de nuestra joven edad, nos besamos. Fue no solo nuestro primer beso, sino también el primer beso de amor de cada uno. Quizás no fue tan romántico como lo recuerdo pero es que con el tiempo aprendí a maquillar mis recuerdos para que valga la pena recordarlos, al fin y al cabo son míos y yo hago con ellos lo que a mi se me da la gana. A pesar de cualquier dificultad y a lo largo de los años ese momento sub