UN GRADO DE SEPARACIÓN.

Por Alejo Quintero.



Durante la noche no tuvieron mucho contacto, sus acercamientos se limitaron estrictamente a lo que ofreció la casualidad y nunca tuvieron necesidad de cruzar sus miradas. Apenas tuvieron una percepción consciente de la existencia del otro cuando un amigo común les indicó que tomaran el mismo taxi pues eran los 2 únicos que vivían en esa zona de la ciudad.

Cuando el vehículo se detuvo frente a ellos, el se adelantó, abrió la puerta y la invitó a que abordara el vehículo. Ella agradeció con una sonrisa. Primer cruce de miradas de la noche.

Era un taxi un poco viejo pero en muy buen estado, de esos que tienen una separación entre el conductor y la silla de atrás, “Es que lo instalé en esa época en que los ladrones estaban alborotados y no lo quito porque en cualquier momento se vuelven a alborotar” explicó el conductor.

Sostuvieron una conversación intrascendente sobre el evento y las personas que habían asistido, que concluyó cuando ella dijo:
-   - No lo tomes como algo personal, estoy súper cansada y tengo mucho sueño.
-  - Si no te molesta, te puedo ofrecer mi hombro para que te recuestes en él, aún estamos muy lejos – Contestó él.

Ella accedió y agradeció. Recostó su cabeza en el hombro de él y cerró los ojos.

El no quiso interrumpir el sueño de ella y por eso prefirió no entablar ninguna charla con el taxista, simplemente sacó su celular del bolsillo y buscó alguien con quien pudiera chatear, desistió. ¿Quién le iba a responder una impersonal charla de chat telefónico a las 3 de la mañana? Luego pensó en que, a manera de compensación, debía recostar su cabeza en la de ella y dormir también, pero el temor de que el taxista fuera deshonesto y se aprovechara de la situación se lo impidió. Solo le quedó la alternativa de mirar por la ventana del taxi, la ciudad que iban recorriendo. Esa ciudad tan diferente de la que recorría en el día. La noche no solo parecía cambiar los colores de los edificios, las plantas y las calles, sino que además cambiaba los vehículos y los habitantes. Cada recorrido nocturno después de la rumba le permitía confirmar una vez más que su ciudad eran en realidad 2: una diurna y una nocturna.

Ella, en su profunda timidez, siempre evitaba el contacto verbal con personas nuevas y prefería pasar por la vergüenza de hacerse la dormida. Por culpa de esa timidez, había “dormido” varias veces en hombros desconocidos de los que nunca volvió a saber. Su cadencia de respiración hacía creer a cualquiera que en realidad dormía y había perfeccionado una técnica para soltar sutiles y, aparentemente espontáneos, ronquiditos. También había aprendido a abrir sutilmente los ojos y contemplar la ciudad nocturna que le resultaba tan distinta de la ciudad diurna, este ejercicio de hacerse la dormida le había permitido descubrir que su ciudad eran en realidad 2: una diurna y una nocturna.

La situación era tan anecdótica como absurda, dos seres humanos conectados físicamente en una posición que a los ojos de cualquiera mostraría una intimidad profunda, pero en realidad completamente distantes. Sin embargo, a pesar de la falta de cercanía, permanecían concentrados, cada uno por su cuenta en el mismo pensamiento.

Una maniobra temeraria del conductor sustrajo a cada uno de su propio ensimismamiento y le generó la misma reacción de mirar por el vidrio panorámico del taxi para descubrir que se acercaban peligrosamente hacia un camión recolector de basura que estaba detenido. La segunda reacción fue mirarse entre ellos, ahora sí con más detalle, identificando al otro, reconociéndo en fracciones de segundo cada detalle de su rostro, con la agudeza que se mira el último rostro que se va a ver en la vida. Segundo y último cruce de miradas de la noche.

Ninguno de los 2 tiene claro si despertó antes de que el taxi impactara el camión o si fue precisamente ese impacto el que los despertó. Lo que dejó aturdido a cada uno fue recordar perfectamente el rostro de esa persona con la que habían soñado, pero a la que nunca en la vida habían visto y con la que en un sueño extraño habían recorrido una ciudad en la que nunca habían estado pero pero que en el sueño sentían como propia.

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