ACOMPAÑANTE DE JAIRO GUALDRÓN.

Por Alejo Quintero.


Desde el fondo del corredor de urgencias vio venir a un hombre alto pero no supo diferenciar si era un enfermero o un médico. Vestía ropa azul claro, tenía cubierta la cabeza con un sombrero de tela del mismo color y la cara con un tapabocas blanco. Desde que empezó la paranoia de la peste, toda la gente, varias manzanas a la redonda del hospital, usaba tapabocas. El hombre llegó hasta la puerta de la sala de urgencias, se destapó la boca y le dijo algo en voz baja al vigilante. Sonrieron, no parecía que portara malas noticias y en voz alta dijo:

- El acompañante de Jairo Gualdrón.


Extrañamente esta vez no pudo, o no quiso, responder que ella era la persona que buscaban. Extrañamente esta vez, escuchar ese nombre la llevó al recuerdo de la primera vez que lo escuchó.


***


Regresaban del cumpleaños de algún primo, con sus padres y sus hermanos, y al ingresar a la casa descubrieron a un muchachito que pretendía robarles el televisor, el único a color en todo el barrio. Su padre mostró una poco habitual consideración por el “pequeño rufián” y en lugar de agredirlo tan solo le preguntó: “¿Y usted quién diablos es?” El niño, con un desparpajo que ella jamás le había visto a nadie, le respondió: “Jairo Gualdrón, señor” y salió corriendo sin que nadie pudiera detenerlo, con una agilidad tal que tuvo tiempo suficiente para detenerse cerca de ella, mandarle un beso, guiñarle el ojo y volver a correr antes de que alguien lo atrapara.


***


A su lado en la sala de espera del pabellón de urgencias se encontraba una anciana que había llegado sola y con un aspecto tan lamentable que cualquiera pensaría que jamás volvería a salir viva de allí. Cuando llegó la anciana había intentado entablar una conversación con ella, pero ella estaba completamente ajena del lugar y de las circunstancias tratando de descifrar porque en los últimos años se había convertido en visitante habitual de aquel lugar. Después de que el hombre preguntó por el acompañante de Jairo Gualdrón y mientras ella se sumergía en su recuerdo, la anciana recorrió el lugar con la mirada tratando de adivinar cual de todos los presentes era la persona solicitada.


***


Del “pequeño rufián” nada se volvió a saber en el barrio después de ese intento de robo, pero ella lo volvió a ver una tarde saliendo del colegio, esculcando la maleta de una niña de primaria y escapando impunemente entre la multitud. Solo ella pareció percatarse de lo ocurrido pero fue incapaz de denunciarlo, intentó seguirlo con la mirada pero tan rápidamente como se le refundió le apareció en frente con una pulsera, tal vez robada: “es para ti, Julianita.” Le dio un beso en la mejilla y continuó su marcha quitándose la chaqueta con la maestría de un ladrón que pretende despistar a cualquiera que lo venga siguiendo.


Duró muchas semanas buscando adivinar porqué la había tratado con tanta familiaridad, porqué le había regalado esa pulsera que ella no era capaz de usar de pensar que fuera robada y sobre todo, porqué diablos le había dicho Julianita si ella no se llamaba así. Tal vez era tan solo una burla, tal vez lo hizo para deshacerse del botín y quedar bien, tal vez la había confundido con otra persona. La intriga y sus disertaciones sin sentido la llevaron incluso a sentir celos de la tal Julianita. Pero la incertidumbre terminó una tarde en que se apareció de nuevo a la salida del colegio, esta vez con una caja de chocolates y le dijo:

- Antes de darte estos chocolates tienes que decirme como te llamas.

- ¿Acaso te importa? El otro día me llamaste por un nombre que no es el mío - respondió ella con una habilidad verbal que sintió ajena.

- Solo te dije ese nombre para ver si dejándote intrigada hacía que pensaras en mi tanto como yo pienso en ti.

- Pues no me interesan tus chocolates ni tus jueguitos y te vas a quedar sin saber mi nombre - respondió tratando de mostrar una seguridad que ya no poseía pues acababa de descubrir que había sido la tonta víctima de un ridículo juego de seducción, y le había gustado ese rol.

- Son para ti, si no te los comes no es mi problema. Se los entregó y sin que ella pudiera reaccionar le dio un beso en la mejilla y se marchó caminando.


***


“Pobrecito ese señor Gualdrón, parece que vino solito igual que yo” le dijo la anciana regresándola a la realidad en la que ella prefería no estar. El hombre de azul que había estado hablando y sonriendo con el vigilante como si no le importara que la persona a la que buscaba no estuviera, volvió a decir en voz alta.

- El acompañante de…


No recordó el nombre y cuando intentó buscarlo en la planilla que llevaba en la mano fue interrumpido por una algarabía que se adueño del recinto: Dos paramédicos empujaban una camilla en la que yacía un hombre inconsciente, con la cara ensangrentada y la ropa llena de manchas de sangre. Detrás de ellos una mujer y un hombre lloraban y gritaban: “Me lo mataron estos hijueputas”. “No se muera mi ñero, tranquilo, tranquilo, no se muera que tenemos que cobrársela a esos malparidos”. “Me lo mataron, me lo mataron, perros hijueputas”. El vigilante intentó detener a la pareja porque “a esta área solamente ingresan los pacientes” pero apenas pudo detener a la mujer, pues el hombre paso de largo, al lado de la camilla gritando, llorando y jurando venganza. El hombre de azul claro, en medio del revuelo, olvidó que esperaba respuesta de alguien y entró corriendo también al lado de la camilla. El vigilante trataba de calmar a la mujer porque “en la sala de esperas de urgencias se debe guardar silencio” pero ella no paraba de llorar y gritar: “me mataron a mi muchacho estas gonorreas, me lo mataron, me lo mataron”.


Mientras el vigilante intentaba retirarla, ella reconoció a la mujer; era la mamá de Ricardo, uno de los mejores amigos de Jairo, que había dejado de serlo unas semanas atrás porque según él: “Ese pirobo del Ricardo lo que quiere es jodernos y sacarnos del negocio, pero ya nos dimos cuenta y lo vamos a joder a él primero”. Ella se cubrió el rostro para que la mamá de Ricardo no la viera, pero daba lo mismo porque la mujer tan solo lloraba y gritaba mientras la llevaban a la puerta de salida, sin embargo cubrirse la cara le sirvió para que la anciana moribunda decidiera cambiar de interlocutor y le permitiera volver a sus recuerdos. La anciana intentó hablarle a otra mujer que tampoco la atendió pues estaba aterrada por lo que acababa de ver, ella que tan solo había ido a llevar a su hijito resfriado por el miedo a la peste.


***


Jairo duró más de un año apareciendo sorpresivamente a la salida del colegio, siempre con un regalo diferente, siempre con una frase que la desestabilizaba y siempre con el mismo desparpajo. Pero de ella tan solo recibía gestos de indiferencia que a medida que pasaban los encuentros parecían menos creíbles. Lo demás que logró obtener de ella tuvo que “robarlo”: besos en la mejilla, un beso en la comisura de los labios, roces de las manos, caricias en el cabello. Al cabo de ese tiempo dejó de asediarla por 6 semanas y ella empezó a extrañarlo y a pensar en él, mucho más que cuando la “fastidiaba”. Apareció de nuevo con una perrita rosada de peluche y le dijo: “Por fin encontré a Julianita”. Una rotunda carcajada, por el chiste y por la emoción de volverlo a ver, le impidió mostrar su habitual indiferencia. Agradeció el regalo con un largo abrazo que rápidamente se convirtió en su primer beso de amor. Ese fue el comienzo de catorce intensos años que se cumplían exactamente ese día que llegó con él a la sala de urgencias. Catorce años de un amor que la separó de su familia, de sus amigos y amigas, de un amor que la separó de su vida. Catorce años al final de los cuales, la única persona que tenía en el mundo era Jairo pues jamás quisieron tener hijos. Catorce años en los que el “pequeño rufián” se convirtió en un temido hampón sin escrúpulos que a ella siempre la idolatró, un desalmado para el mundo que a ella siempre la trató con el mismo amor con que le dio el primer beso, un asesino cruel e inhumano con sus víctimas pero que a ella siempre la trató con respeto, suavidad y dulzura. Un delincuente perseguido por la ley que aunque nunca la agredió ni física ni verbalmente si le destrozó el corazón cada vez que ella se enteró de un nuevo crimen, cada vez que lo vistió en la cárcel de la que se escapó 3 veces, cada vez que lo llevó agonizante a una sala de urgencias, cada vez que acudió a la morgue a identificar cadáveres pensando que podía ser él.


***


Desde el fondo del corredor de urgencias vio regresar al hombre de azul claro, ya no tenía cubierta la cabeza con el sombrero de tela ni la cara con el tapabocas blanco. Ya no se veía tranquilo y ya no se detuvo a conversar con el guardia que aún no regresaba de sacar a la mamá de Ricardo. De nuevo dijo en voz alta:

- El acompañante de Jairo Gualdrón.


Esta vez decidió no responder que ella era la persona que buscaban. Se levantó de la silla y caminó con tranquilidad hacia la puerta de salida.

Comentarios

Anónimo dijo…
El tiempo te roba vida y la vida te roba tiempo

Entradas más populares de este blog

REINICIO

LOS ZAPATOS COLGADOS DEL CABLE

EL DIA QUE CONOCÍ A LA BISNIETA DE GUILLERMO VALENCIA EN UN AVIÓN