EL RITUAL

Por Alejo Quintero

Nos conocimos al mediodía de un soleado 21 de junio y desde el primer momento en que nos vimos, nuestras miradas se cruzaron con la convicción de no dejar escapar el sentimiento que acababa de nacer. Era la niña más hermosa que había visto en mi vida y su hermosura le dio una razón de ser a mi sentido de la vista. En mis manos llevaba una florcita de pétalos blancos y en una reacción instintiva se la regalé mientras nos decíamos nuestros nombres.

La noche del 22 de junio, bajo un firmamento soñado para cualquier astrónomo pobre y después de un inocente festejo propio de nuestra joven edad, nos besamos. Fue no solo nuestro primer beso, sino también el primer beso de amor de cada uno. Quizás no fue tan romántico como lo recuerdo pero es que con el tiempo aprendí a maquillar mis recuerdos para que valga la pena recordarlos, al fin y al cabo son míos y yo hago con ellos lo que a mi se me da la gana.

A pesar de cualquier dificultad y a lo largo de los años ese momento sublime del 22 de junio pasó de ser una fecha especial a convertirse en una ceremonia ineludible. Un encuentro en el que siempre había un beso, algunas veces cándido, muchas veces apasionado; en ocasiones como un final y una despedida, en otras como el ansioso comienzo de una noche inolvidable. No importaba que existieran otras personas en nuestras vidas, siempre encontrábamos la mejor excusa para escaparnos del mundo y dedicarle esos cortos instantes de cada año a un sentimiento que nunca pudimos catalogar como amistad ni como amor porque siempre nos pareció mucho más que cualquier cosa. Hace algunos años, por despistado programé un viaje a Europa que se cruzaba con nuestra fecha. Ella después me confesaría su infinita tristeza al pensar que habíamos llegado al final de nuestra historia; a mi me consumió la intranquilidad y la ansiedad y el 21 de junio suspendí abruptamente mi viaje y regresé exclusivamente para encontrarme con ella.

El año pasado, fue la primera vez que no pudimos encontrarnos. Ella me llamó el 20 de junio casi llorando para contarme que a su esposo lo había atacado una enfermedad incurable y que solo pudo ser detectada en su fase final. "Es imposible, injusto e insensato que nos encontremos el 22, simplemente esta vez no puedo y espero que me entiendas." Su esposo falleció el 27 de junio y a pesar de sus recomendaciones de no acercarme, asistí a la funeraria a acompañarla en ese amargo momento, ella agradeció mi gesto con la frialdad e inconciencia propia del dolor que la atormentaba.

Hoy es 21 de junio y hemos decidido encontrarnos en un hostal alejado de la ciudad, donde cada uno hizo la reservación por su cuenta. El lugar se encuentra casi incrustado en las montañas y todas las habitaciones cuentan con una vista excepcional del majestuoso valle. Llegar hasta allí es casi una travesía, los caminos no tienen alumbrado ni cuentan con la señalización necesaria, el mapa que me entregaron los dueños del hotel no es nada claro, he tenido que recurrir a la ayuda de los campesinos del lugar y a mi escaso sentido de ubicación.

Finalmente, y algo pasadas las 9 de la noche, arribo al lugar. La mujer de la recepción me da la bienvenida, me han asignado la habitación 14. Es un lugar silencioso, acogedor y muy bien decorado. El inclemente frío del exterior se disimula con antorchas dispuestas estratégicamente por todos los corredores. El ------- es un pasillo ancho y largo; el acceso es por ambos extremos a través de puertas de cierre automático que garantizan la eficiencia térmica de las 2 chimeneas que apaciguan el calor. La mujer de la recepción es la misma que me acompaña hasta la habitación y me va enseñando cada detalle del lugar. Comento con la mujer sobre lo bien que se ha pensado y adecuado cada detalle y aprovecho para averiguar sutilmente por la única presencia que me interesa en este lugar. "Este debe ser un lugar mas frecuentado por enamorados que por personas solas como yo" le digo. Ella parece no querer hacer parte de la conversación, me mira, sonríe con amabilidad y sin detener su camino me informa: "El restaurante también funciona como bar, pero solo se sirven platos hasta las diez de la noche, licores y bebidas hasta la una de la mañana."

Llegamos a mi habitación, me entrega la llave, recibe la propina y se despide con un gesto de reverencia y de nuevo esa sonrisa que cada vez me luce menos sincera, pero no por eso menos amable; se nota que la practica con frecuencia. Me acomodo en la habitación, me empieza a invadir la ansiedad por no saber si ella ya se encuentra en el lugar o si por el contrario ha decidido que nuestro 22 de junio ha dejado de existir y no tuvo el valor de informármelo.

Me acomodo en la habitación y tomo una prolongada ducha, queriendo menguar el cansancio y distraer la ansiedad. El reloj marca las 11:15 de la noche cuando abandono la habitación rumbo al bar donde solamente se encuentra el cantinero con la misma sonrisa amable de la mujer de la recepción. "Buenas noches amigo, parece que hoy los huéspedes han decidido rechazar sus bebidas." Intento conversar con él, mientras me acomodo en una de las sillas junto a la barra. "Tenemos una amplia variedad de licores ¿Qué desea tomar?" Al igual que la mujer de la recepción no muestra ningún interés por entablar una conversación, tan solo repite estoicamente su libreto. Reviso la carta de licores y le pido un whisky, me ubico en la mesa que se encuentra equidistante a las dos chimeneas. La ansiedad se hace presente de nuevo y cuando intento detenerla bebiéndome de un solo sorbo el vaso de licor, la puerta se abre rompiendo el silencio del lugar, es ella, la razón de ser de mi sentido de la vista. Mi mirada se clava en sus radiantes ojos que tampoco dejan de mirarme y siento como si mi vida se situara de nuevo en el día en que la conocí hace 40 años.

Se sienta cerca de mí, también en la barra, y pide un vino. El silencio solo se ve interrumpido periódicamente por algún ofrecimiento del cantinero y su amabilidad irredimible. Ahora nuestros cruces de miradas son fugaces; sentir su presencia tan cerca de mí es más fuerte que cualquier otro gesto. Faltando 5 minutos para las 12 de la noche me levanto de la mesa, me siento a su lado y le entrego una florcita de pétalos blancos mientras nos decimos nuestros nombres. Nos terminamos de saludar en medio de las carcajadas que nos produce el sabernos un par de viejos en este juego de adolescentes. El cantinero permanece incólume con su sonrisa de catálogo.
En el primer instante del 22 de junio nos levantamos de la mesa rumbo a alguna de nuestras habitaciones, lo decidiremos en el camino. Empieza una nueva etapa de nuestra vida, una nueva etapa de nuestro ritual en la que cualquier día podrá ser un 22 de junio pero eso también lo decidiremos en el camino.

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