EN UNA AMBULANCIA

Por Alejo Quintero.

Joaquín sabía que la próxima vez que se encontrara con Gerardo las cosas no iban a terminar bien. Un domingo por la tarde mientras caminaba de regreso a su finca, vio a lo lejos, en la puerta de la tienda de Doña Carmen, a su enemigo, se acercó sigilosamente y cuando se encontraba a una distancia conveniente desenfundó el machete, lo estrelló contra una piedra para que el sonido alertara a su contrincante porque no quería ser un enemigo desleal. Tan pronto escuchó el golpe, Gerardo entendió el mensaje, soltó la botella de cerveza que tenía en la mano y rápidamente desenfundó el machete y tomó posición de combate.

Doña Carmen no permitió que pelearan en frente de su tienda así que enfundaron nuevamente y se fueron a un potrerito solitario propiedad de Venancio López. Nadie los acompañó. En el potrero desenfundaron nuevamente y empezaron a retarse estrellando los machetes contra el piso y cambiándolos de mano con maestría. Joaquín percibió un descuido de su oponente y se lanzó dispuesto a dar el primer golpe pero se detuvo súbitamente porque a lo lejos escuchó unas explosiones que se transformaron en zumbidos que cruzaron muy cerca de su cabeza y Gerardo cayó al piso. Joaquín sintió que algo le quemaba muy cerca de la sien y cuando intentó correr notó que su pierna no respondía y su pantalón estaba mojado, cayó al piso y cuando intentaba arrastrarse escuchó nuevas explosiones y zumbidos con los que perdió el sentido. Jamás se supo quien disparó, seguramente algún grupo armado de los que asesinan a cualquiera que quiera alterar la paz de la región.

Lo siguiente que recuerda Joaquín es el momento en que lo subieron a una ambulancia, todavía no escuchaba nada porque los zumbidos parecía que habían apagado sus oídos. Las puertas de la ambulancia se cerraron y Joaquín sintió que el vehículo empezaba a moverse, no era el viaje más cómodo de su vida, la vía destapada y esa posición horizontal parecían una tortura para un paciente adolorido como él. De pronto al lado suyo se sentó una enfermera de rostro angelical que le sonrío, examinó una manguera que le habían conectado en el brazo, secó su rostro y cambió las gasas que controlaban la hemorragia de sus heridas. Parecía que le explicaba cada cosa pero Joaquín seguía sin escuchar, su audición retornó muy tenue con la voz un poco ronca y sensual de la enfermera: ‘No te preocupes que todo va a salir bien’, en el fondo se escuchaba la sirena y aunque todavía sentía que iban por una carretera sin pavimento, parecía que ya habían descendido de las montañas pues le parecía que la ambulancia no tomaba curvas. La enfermera jamás se mostraba agitada y tarareaba canciones románticas mientras organizaba las cosas de la ambulancia. No descuidó a Joaquín ni un solo instante durante el viaje, lo limpiaba, le tomaba signos vitales y en un momento en que el dolor se volvía insoportable le aplicó una inyección que lo tranquilizó bastante, entraron a la carretera pavimentada y Joaquín se durmió. Despertó al rato, nuevamente con la encantadora voz de la enfermera: ‘Ya llegamos a la capital, aquí, en el hospital central, te van a cuidar mucho y verás como en unos días ya puedes regresar al pueblo completamente sano.’ Limpió por última vez su rostro y se fue hacia la cabina, al lado del conductor.

Dos semanas después Joaquín regresó al pueblo. No había podido asistir al funeral de Gerardo pero tan pronto llegó se puso en contacto con la viuda para ofrecerle su colaboración en cualquier cosa que pudiera necesitar, al fin y al cabo, el no era un enemigo desleal. A la mañana siguiente fue hasta el puesto de salud del pueblo a agradecerles por haber salvado su vida y ofrecer un detalle a la hermosa enfermera que lo había acompañado en ese viaje aciago.

El médico le recordó a Joaquín que él solo había cumplido con su deber y que lo había hecho con el mayor gusto, pero no supo darle razón de la enfermera.
- No sé a quién se refiere, ese día no teníamos a nadie disponible y tuvimos que enviar al conductor de la ambulancia solo con usted – le dijo.

Joaquín, incrédulo, pidió hablar con el conductor de la ambulancia.
- Sí señor, usted y yo viajamos solos ese día. Yo lo escuché desvariando hasta cuando llegamos a la carretera pavimentada, ahí se quedó callado y yo creí que se había muerto, pero no me detuve a examinarlo sino que aceleré para llegar más rápido al hospital central. Los médicos dijeron que había perdido el sentido y que sus signos vitales eran débiles pero que lo podían estabilizar.

Joaquín no salía de su asombro pero se tranquilizó convenciéndose a si mismo de que alguien le estaba mintiendo.


En el pueblo y en pueblos cercanos, varias personas cuentan historias similares a la de Joaquín y algunos dicen que se trata de una enfermera muy entregada que trabajó hace algunos años en la zona y que aún hoy sigue sirviendo a los enfermos, ya no en cuerpo y alma sino solo en alma.

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