LA MADRE NATURALEZA

Por Alejo Quintero

El depredador conoce la jungla, es su ambiente natural. Hace un rápido reconocimiento visual del área, agudiza la vista y el olfato, y a la distancia identifica su presa. Es justo lo que necesita para satisfacer su necesidad.

Se desplaza con cautela, la jungla está plagada de depredadores y presas, pero nada distrae su atención. Su objetivo es claro, cada movimiento hace parte del juego preciso para alcanzar su cometido.

La presa mientras tanto, continúa su trasegar inocente. A veces me pregunto ¿Qué tan inocente? ¿Y si la presa de antemano conociera su condición y conscientemente hiciera parte de este juego? No importa, con la madre naturaleza todo puede pasar, yo por ahora sigo optando por creer en la inocencia absoluta de la víctima. El depredador sigue avanzando con precaución mientras la presa permanece la mayor parte del tiempo inmóvil y sus escasos movimientos tan solo incitan más el apetito del depredador.

El depredador recorre el área de su presa formando sutiles círculos alrededor suyo, la presa ya no tiene forma de escapar. El depredador entonces se ubica justo en frente a la presa quien por primera vez detecta su presencia, pero es demasiado tarde.

La mirada del depredador y la de su presa se cruzan, la presa ya no tiene forma ni intención de moverse y el depredador se acerca lenta y sagazmente. La distancia que los separaba se fue haciendo menor, la presa completamente inmóvil y el depredador avanzando contundentemente. Cuando la distancia fue apropiada el depredador lanzó su fulminante ataque:

- ¿Cómo te llamas? – preguntó
- Andrea - respondió ella.

Veinte minutos después Andrea y el depredador estaban sumergidos en un apasionado beso. Lo que pasó después es lo de menos, al fin y al cabo en los terrenos de la madre naturaleza todo puede pasar.

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