TRANSMILENIO RUTA B-71

Por Alejo Quintero

Ella se subió al bus en la estación del Restrepo y de inmediato se ubicó en la parte central del bus articulado, la zona del fuelle donde no hay sillas. Él, sentado en el piso, leía un libro tranquilamente hasta que sintió frente suyo una presencia perturbadora. Con su mirada fue recorriendo el cuerpo de ella desde los pies hasta el rostro, deteniéndose sutilmente en los dos tentadores montes que formaban sus senos por debajo de su camiseta. Se encontró con esos ojos negros radiantes que adornaban con majestuosidad ese rostro que, sin ser tan bello, era imposible dejar de mirar. Ella, consciente de todo eso, también mostraba una timidez que aumentaba su gracia. El no pudo continuar la lectura y empezó a buscar de cualquier manera adueñarse de su mirada.

Los demás pasajeros, lejanos y fríos, empezamos a sentir la emoción que transmitía esta escena. Él en una lucha silenciosa y ella tratando de no mostrarse consciente de todo lo que ocurría.

Con frecuencia los rostros de las personas que viajan en transmilenio muestran la tristeza de la cotidianidad, el aburrimiento de la monotonía y el estrés de una vida con responsabilidades impuestas; no fue así cuando el servicio empezó hace unos años, esos rostros afligidos se veían en los otros buses, mientras que los buses articulados eran adornados por sonrisas sinceras y miradas brillantes. La novedad pasó y el optimismo que permitía soportar la incomodidad se fue agotando. La desazón volvió a apoderarse de las caras de los viajeros frecuentes.

Esa mañana sin embargo, la emoción que emanaban los dos jóvenes en el centro del bus, empezó a transmitirse a cada uno de los pasajeros. En las sillas más cercanas estaban dos señoras que hablaban sin cesar, tratando cada una de convencer a la otra de que su matrimonio era más infeliz, cuando fueron teniendo consciencia de la escena de amor furtivo que se gestaba en sus narices su producción verbal mermó.

Al lado mío estaba uno de esos tipos que cuando están en público hablan fuertísimo por el celular y siempre sostienen conversaciones en las que buscan mostrarse como ejecutivos importantes, él también fue víctima de la emoción radiante y concluyó su fantoche conversación con un concluyente: ‘te llamo luego’.

Mientras tanto yo, poseído por una envidia ridícula, trataba desde la distancia de ganar algo de la atención de la niña, queriendo no darme cuenta que a ella solo le interesada el tipo que tenía al frente, y que si no lo demostraba era porque no le gustaba ceder tan fácil a las tentaciones y lucir más interesante.

Poco a poco el bus se fue quedando en silencio y todas las miradas se clavaron en el par de amantes potenciales, incluso la mujercita con la que yo había logrado intercambiar un par de miradas hacía unos minutos, estaba concentrada por completo en la escena romántica. A ese punto todos los hombres del bus parecíamos habernos enamorado de ella pero aún así mostrábamos solidaridad por él, mientras que las mujeres estaban completamente seducidas por la perseverancia de él, que por nada del mundo perdía el desparpajo y seguía mal-sentado en el piso, y envidiosas del pudor de ella. Así transcurrieron los minutos siguientes.

A la altura de la calle 57, ella acabó con su resistencia, volteó a mirarlo y le regaló una sonrisa con la que todos los hombres del bus nos sentimos premiados por lo linda que se vio. Una de las señoras otrora parlanchinas no se pudo controlar y dejó escapar un suspiro. En ese momento todos los pasajeros estábamos atentos a la situación. Él ya no tuvo más razones para permanecer sentado en el piso y en un movimiento ágil se puso de pie, el libro que leía cayó al piso, pero al parecer no fue un accidente sino una maroma premeditada que ella premió con una carcajadita encantadora. En ese instante sonó el celular del fantoche, quien rápidamente lo apagó e hizo un gesto con la mano, pidiéndonos excusas a los demás pasajeros. Para tranquilidad de todos, los dos muchachos ni siquiera escucharon el teléfono.

El bus se detuvo en el semáforo de la calle 72 y él aprovechó para acercarse a ella que al tenerlo cerca se sonrojó y bajó la mirada. Él, sintiéndose ya dueño de la situación, la tomó suavemente por la barbilla, levantó su cara y mirándola fijamente a los ojos la besó. El bus se llenó de murmullos y las caras de alegría fueron mucho más evidentes, incluso el conductor aprovechó la detención y abandonó su silla para mirar qué pasaba, pues estaba extrañado por el silencio previo. El semáforo encendió la luz verde, el bus se movió y todo volvió a la normalidad.

Ella se bajó en la estación Héroes, él en la calle 85 y yo en la 116.

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