BIOGRAFÍA

Por Alejo Quintero

No recuerdo muy bien cuándo nací ni en que país, mi mamá dice que soy de Taiwán pero que mi nacionalidad es americana. En los recuerdos más lejanos de los que tengo memoria me veo al lado de otros como yo, lleno de ansiedad por conocer mi destino y con la angustia que siempre me ha producido esta imposibilidad de moverme.

No me siento muy orgulloso de mi color pero debo aceptar que gracias a él nunca paso desapercibido. Mi madre ha contado cientos de veces la forma en la que llegué a su vida y cada vez que la escucho me siento muy orgulloso de que ella me haya elegido a mi y no a otro. Recién llegué a la casa de mamá viví con ella en su cuarto, ella era una adolescente, tan hermosa como siempre ha sido pero mucho menos preocupada por las cosas de la vida. En mi presencia hablaba con sus amigas de los tipos que le gustaban y de los que no le gustaban pero la asediaban constantemente, fui testigo de muchas de sus eternas conversaciones telefónicas de jovencita enamorada, de sus llantos cada vez que le rompieron el corazón y de uno que otro secreto que solo ella, su confidente de turno y yo conocimos.

Yo llegué a la vida de mi madre cuando ella tenía 17 años y viajó a Estados Unidos con la ilusión de ver en vivo a su grupo favorito de rock. Para sus 15 años solo pidió el dinero que sus padres pensaban gastar en una fiesta de las que a ella no le gustaban, lo ahorró y dos años después con ese dinero y algo mas que logro reunir a base de privaciones estratégicas de su mesada de colegiala, realizó su viaje soñado. Viajó acompañada tan solo por sus maletas y unas cuantas copias del permiso de sus padres para salir del país. Es que ella nunca le ha temido a la aventura. De ese viaje solo mantiene dos recuerdos: la boleta intacta porque el concierto fue cancelado en último momento por una amenaza terrorista, y yo.

Siempre me consideré importante en la vida de mi mamá, hasta una mañana cualquiera en la que sin saber porqué, me mandó al olvido y solo después de no-se-cuantos años, varios meses y algunos días la volví a ver. Fueron tiempos aciagos que viví en la oscuridad y la indiferencia rodeado de cobijas aburridas, vajillas que solo se usan en fechas importantes y uno que otro adorno del árbol de navidad. Tiempos amargos que terminaron apenas hace 3 semanas cuando ella, un poco mayor que cuando la dejé de ver, me rescató de la penumbra. No me costó trabajo saber que era mi madre, en parte por un sentimiento sé explicar y en parte porque ella seguía siendo la misma muchachita que era cuando llegué a su vida, su sonrisita entre pícara e inocente y el brillo inconfundible de sus ojos al verme, la delataron. Hace tres semanas que nuevamente ocupo un lugar importante en la vida de mi mamá, ahora la acompaño en su oficina y la he vuelto a escuchar contar con emoción mi historia cada vez que alguien le pregunta: ¿y ese radiecito verde qué?

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