EFECTO COLATERAL

No era fácil entrar en ese lugar tan misterioso. Era tanta la inquietud que me generaba que incluso una noche soñé que ingresaba y, con sorpresa, descubrí un lugar místico y lleno de paz, un sueño encantador del que no hubiera despertado a no ser por esa maldita mesero con voz de castor. Me desperté riéndome.

Llegó un viernes cualquiera en el que por fin pude ingresar al sitio. La puerta se confundía con la fachada hecha por completo en láminas metálicas de formas góticas. Para ingresar tuve que pararme en un círculo rojo que cada día aparecía en un lugar diferente frente a la fachada, allí esperé hasta que una luz me alumbró desde arriba y la puerta se abrió. Algunos aseguraban que la puerta siempre estaba en la misma parte, a mi me dio otra sensación. Al cruzar la puerta llegué a una zona aislada donde fui sometido a una requisa minuciosa y pagué por el ingreso al lugar. Al lado mío había un tipo que se había arrepentido de entrar, lo estaban retirando por otra puerta y según cuentan, le vetarían el ingreso por dos meses.

El sitio estaba compuesto por tres ambientes diferentes, mi cita era en el último de ellos, el de música para charlar, mesas alumbradas con velas y al fondo la única mesa larga, mi lugar de destino. Al llegar no vi caras conocidas, saludé a todos sin mirar la cara a nadie y pedí una cerveza. Me la tomé de un solo sorbo para apagar la extraña sensación que me producía ese lugar. Ya mas tranquilo, reconocí entre los comensales a un amigo de viejas épocas acompañado por dos mujeres tan bellas como encantadoras con quienes fue fácil perder la cuenta de las cervezas que bebí. Un par de horas después los tres se fueron y la zozobra por poco me ataca de nuevo. Busqué algo que me brindara tranquilidad y rápidamente la encontré en los ojos de una bella mujer que había estado sentada a mi lado todo el tiempo y que increíblemente no había notado. No recuerdo que estupidez utilicé para abordarla pero ella aprobó con una sonrisa y después de conversar unos minutos la convencí de que me acompañara a la zona de baile. Bailamos, conversamos y reímos durante no sé cuanto tiempo, hasta que el efecto diurético de las cervezas se hizo presente y tuve que dejarla sola por unos minutos. Al regresar a la mesa, ella se había ido. Me tomé la última cerveza que quedaba en la mesa pensando y mientras pensaba porque se había ido sin despedirse, encontré un número de celular apuntado en una servilleta y rápidamente lo marqué.
- Tengo que volverte a ver – Le dije.
-¿A mi también me encantaría, te parece bien el próximo sábado? – respondió.

En la semana me descubrí varias veces pensando en ella y esperando con ansias el sábado, pero no la llamé, solo hasta el viernes por la tarde para confirmar hora y lugar. Llegué a la cita 15 minutos antes y me metí a un café a esperarla. Pasó la hora de la cita y la desesperación me empezaba a invadir, como la esquina en la que nos encontraríamos era tan concurrida, salí del café, pensando que tal vez no la hubiera visto desde adentro. Tan pronto salí a la calle, una mujer se me acercó y con una confianza que no entendí, me saludó con una sonrisa y un beso muy cerca de los labios.
- Hola, pensé que te habías ido porque se me hizo un poco tarde – me dijo.

Me sentí completamente desubicado, era su inconfundible voz, pero definitivamente no era ella. “Esto debe ser resultado de ese maldito lugar y sus maricas enigmas” pensé.

- ¿Bueno y a dónde vamos? – Preguntó ella interrumpiendo mi autoinsulto.
Bastante decepcionado pero sin alternativas, la invité a un bar que conocía muy cerca del lugar. Ella pidió un cóctel y yo una cerveza. Hablando con ella descubrí que su encanto no era un engaño y el tiempo se empezó a ir entre minutos y cervezas. Después de cinco cervezas cuando ya me invadía la zozobra, busqué algo que me brindara tranquilidad y rápidamente la encontré en los ojos de una bella mujer que había estado sentada frente a mí todo el tiempo y que increíblemente no había notado.

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