MANUAL PARA UNA MUSA

Este escrito a todas luces es un abuso de confianza pero quele vamos a hacer…
no siempre se puede ser el niño bueno.
By Alejo Quintero
Estimada señorita lectora si usted piensa, sospecha o está segura de ser una musa, con todo respeto le solicito que continúe la lectura en el segundo párrafo y omita las estupideces que vienen a continuación; si por el contrario usted tiene la plena certeza de no ser una musa, agradezco que una vez encuentre el punto final del párrafo por el que va viajando, y justo en ese instante, por favor se deshaga de este escrito y en lo posible trate de borrarlo de su memoria (para efectos cibernéticos, borre esta url de su memoria RAM, ROM y todas las que se le ocurran).
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Ahora que tengo la plena certeza que usted, señorita lectora, es una musa quiero confesarle que he decidido hacer este abusivo escrito por una paradójica inspiración suscitada por la musa de mis afectos. Por esta razón espero no ofender su condición de musa, señorita lectora, y que de ninguna manera se sienta presionada por este manual que, seguramente, le parecerá tan estúpido como su autor, quien ha dado muestras claras de ello pues lleva dos párrafos ahondando en lo mismo y todavía no ha dicho nada…


Una musa tiene que ser mujer. Respeto y admiro a las mujeres escritoras pero agradecería que para aquellas cuya inspiración sean los seres masculinos, usaran una palabra diferente. Las razones saltan a la vista; llamar ‘musa’ a un hombre podría sonar ofensivo para su virilidad y utilizar la palabra ‘muso’ no solo le quita la magia a tan maravilloso sustantivo sino que podría generar confusiones esmeraldíferamente fonéticas (esto específicamente para colombianos).

Una musa debe ser hermosa y con esto no me refiero necesariamente a la belleza física, aunque esta ayuda mucho. La belleza de la musa debe escapársele en cada mirada, sus suspiros deben embellecer el aire que entra y el que sale; sus manos deben adquirir la habilidad de entregar caricias que hasta al ogro más horrible lo hagan sentirse bello y sobre todo debe irradiar una belleza tal que incluso el más infame de los ciegos sea capaz de verla.

Una musa debe ser noble pero se le perdona cualquier arranque de presunción, sobre todo porque aquellos a quienes nos inspiran con frecuencia las confundimos con diosas.

La musa gozará de una infinidad de derechos que dependerán del arrojo y/o la estupidez de aquel artista enamorado que decida elegirla como fuente de inspiración.

En contraprestación al párrafo anterior, y aunque parezca simple, las musas deben cumplir un solo deber: Inspirar cualquier mágica barbaridad que la laboriosidad humana de un artista sea capaz de lograr.

No se descarta que las musas se quieran dedicar a labores mucho mas humanas como la de peatones anónimos, estudiantes, amas de casa e incluso a una musa se le puede perdonar la locura de querer ser la encargada del archivo digital e impreso de algún remedo de escritor que se encuentre en cualquier esquina de la vida.

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