GÉNESIS

by Manuel

Al principio todo era DOS y la oscuridad reinaba sobre las pantallas, Bill Gates aleteaba sobre IBM, con la firme intención de morder la manzana y, aunque Internet ya habitaba entre nosotros, solamente era conocido por los hijos de ARPANET: el pueblo elegido.

Mientras los sumos sacerdotes investigaban nuevos protocolos de comunicación, los profetas de la imagen viajaban por el mundo predicando sobre la llegada de una mesiánica interfaz gráfica que llevaría la ‘cyber buena nueva’ a todos los pueblos.

Las escrituras se cumplieron y el mundo empezó a recibir el mensaje del mesías www en las pantallas de Windows, Apple y Linux. Esta nueva religión se apoderó del mundo y uno a uno nos fuimos bautizando y cambiando nuestro nombre por un nickname. El nickname trajo consigo un buzón para recibir mensajes de nuestros correligionarios, pero algunos no entendieron este cyber-evangelio y decidieron llenar nuestros buzones con fastidiosos SPAM de los que ni siquiera vale la pena hablar.

Cuando todos navegábamos felices llegó la terrible amenaza: el 31 de diciembre de 1999 ocurriría el armageddon y una bestia llamada Y2K podría destruir todo el mundo virtual hasta entonces conocido; inmediatamente el mundo se volcó a buscar soluciones que evitaran la debacle, miles de legionarios viajaron por el mundo revisando configuraciones de computadores y haciendo las tareas de prevención necesarias. Todo fue un éxito, salvo el destino de muchos de estos legionarios que se quedaron sin empleo el 1 de enero de 2000.

Y entonces se pactó la nueva alianza conocida como el web 2.0 en la que cualquier usuario anónimo, como yo (o como usted desocupado lector), podría convertirse en profeta y divulgar tantas buenas nuevas como se le de la gana y en todos los formatos imaginables. Gracias a la nueva alianza hemos hallado vestigios de la televisión de nuestra infancia, hemos dejado grabada nuestra discrepancia con la editorial de un periódico, hemos hecho públicas y disponibles 24 horas las fotos de la piñata y el video de la primera comunión.

Hoy, después de muchos intentos fallidos, he tomado mi decisión de convertirme en uno de esos profetas y empezar a divulgar mi mensaje aunque todavía me asalta la duda: ¿y si todos somos profetas, a quién le vamos a profetizar?

Gracias a este nuevo dios existes tu, desocupado amigo lector.

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