AMOR IMPOSIBLE

Por Alejo Quintero.

Se conocieron accidentalmente en medio del agite de un edificio de oficinas, lo más cercano al utópico concepto del amor a primera vista. Se encontraron al lado de la máquina del café, sus manos chocaron de manera fortuita cuando se disponían a tomar el azúcar del dispensador e inmediatamente sus miradas se cruzaron. Los dos llevaban un mensaje de reproche para la otra persona, pero al verse surgió en ambos una atracción repentina y cualquier asomo de reproche se convirtió en dulzura. Bueno, la dulzura pudo ser culpa del dispensador de azúcar.

El reaccionó primero: “Disculpa mi grosería, es cosa de este agite sin sentido. ¿Cuántas dosis de azúcar?” Ella ágilmente soltó una de esas respuestas amables que siempre le llegaban oportunamente a la cabeza y que ella sentía como una efectiva defensa contra cualquier ataque de galantería exagerada: “No, si la grosería es mía, lo prefiero sin dulce”.

Por primera vez en mucho tiempo, para ambos, alguien despertaba su atención, dentro del edificio de oficinas donde trabajaban y el primer tema de conversación no tenía nada que ver con el trabajo. Hablaron sobre café por más de 10 minutos; él maravillado de encontrar a un bella mujer que supiera tanto de su bebida predilecta y ella complacida de conocer a otro de los tantos adictos al café, pero uno al que parecía interesarle verdaderamente lo que ella sabía de esa bebida.

Sin llegar a un acuerdo los dos procuraron visitar la máquina de café todos los días a la misma hora. Sostuvieron charlas fugaces de varios temas y cada día parecía acrecentarse en cada uno la emoción y el gusto de compartir con el otro. A pesar de ello, sus encuentros se remitían exclusivamente a ese lugar del edificio y jamás fuera de él. Los dos eran plenamente conscientes de la prohibición que existía sobre “las relaciones de notable intimidad con personal que laborara en el mismo edificio”; así que lo más indicado era esperar el momento oportuno en el que valiera la pena correr el riesgo de darle vida a un romance secreto. Tal vez hubiera sido conveniente no haber esperado mucho.

Una tarde cualquiera, quizás muy parecida a aquella en que se conocieron, culpa de esa extraña condición que tienen los edificios de oficinas de lograr que todas las tardes se parezcan entre sí. Una de esas tardes repetidas ocurrió un evento inesperado, una amarga casualidad capaz de romper cualquier idilio naciente. Un suceso que solamente puede ocurrir en el reino nefasto del azar; el gol del equipo rival en el último minuto, la aparición de nuestros suegros de adolescentes segundos antes de la consumación del noviazgo o cualquier otra de esos hechos por los que nos invade una ira momentánea contra el universo y arranca de nuestra boca un sonoro, y por lo general incontenible, hijueputa.

Fue así como ellos, sin notar la presencia del otro, abordaron simultáneamente el ascensor; algo que en otras circunstancias habría sido la más grata de las coincidencias se convirtió en una de esas tragedias minúsculas que no por minúsculas dejan de cambiar la vida. Un inconfundible sonido seco, contundente y repetitivo malogró cualquier posibilidad de atmósfera romántica. Son fracciones de segundo que parecen horas, no solo por la inmensa combinación de emociones que nos invaden en ese fugaz instante; sino por la trascendencia que puede llegar a cobrar y el giro que le pueden dar a nuestras vidas.
El inevitable aroma posterior, tan solo finiquitó la obra del resonante pedo.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

REINICIO

LOS ZAPATOS COLGADOS DEL CABLE

EL DIA QUE CONOCÍ A LA BISNIETA DE GUILLERMO VALENCIA EN UN AVIÓN