AMOR RADIANTE

Por Alejo Quintero

“Tu presencia en mi vida es como la luz del sol de verano en la playa, puedo cerrar los ojos con toda la fuerza de mis párpados (que aún siendo una fuerza ridícula en ocasiones es capaz de garantizarme penumbras) y aún así seguir sintiendo tu influencia. La débil carne de mis párpados es fácilmente atravesada por las ondas lumínicas del sol y por las de tus ojos. Así es tu presencia, como esa luz que llena todos los espacios y a la que es imposible mirar de frente sin lastimarse los ojos.

Tu presencia en mi vida es como la radiación del sol artífice de la vida, haces que mi alma viva cuando estoy a tu lado pero cualquier exceso de exposición es nocivo porque en este profundo amor que te siento jamás fui capaz de preservar la capa de ozono.

Tu presencia en mi vida es como el sol ardiente del medio día que invita a caminar feliz por cualquier parque, a tu lado es imposible sentir frío o tristeza. Tanto tu como él, son capaces de encender fuegos incontrolables y destructivos. Arder a tu lado es inmensamente placentero pero las consecuencias por lo general son nefastas.

Esta fue la mejor forma que encontré para decirte que sin ti no puedo vivir pero que, al parecer sobre exponerme a tu presencia puede ser tan perjudicial como tu ausencia.”

Después de estas palabras, Juan Carlos miró fijamente a Carolina, se despidió con un beso en la mano, sin pronunciar más palabras y abandonó el café. El mismo café donde 14 años atrás se hicieron novios y donde una tarde de septiembre le pidió que se casara con él.

Carolina permaneció en silencio y mientras terminaba la cerveza más amarga de su vida la abordó un desconocido: “Créame que por mas que he intentado me ha sido imposible dejar de mirarla y ahora estoy convencido que contemplarla es profundamente adictivo”. Carolina caminó durante horas al lado de su nuevo enamorado, por las lúgubres calles del centro histórico.

La vida siguió su transcurso normal y a la mañana siguiente, igual que todas las mañanas, el sol alumbró para todos.

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