BÁRBARA

Por Alejo Quintero

Bárbara y yo trabajamos juntos en una oficina de abogados. Cuando la conocí me impactó mucho que en las mañanas luciera agotada, insegura y distante pero que a medida que transcurría el día y especialmente cuando se ocultaba el sol, se llenara de vitalidad. Y fue por eso que le insinué que debimos habernos conocido en algún trabajo nocturno; claro, en ese entonces no sabía quien era ella y por tanto no comprendí lo tortuoso que debe ser trabajar en el día para una mujer vampiro.

Bárbara nació en el siglo XIX, nunca quiso decirme el año exacto pues aún siendo vampiro, mantenía la costumbre femenina (en su caso más ridícula que en los demás) de no revelar su verdadera edad. Solo sé que cuando tenía 25 años se enamoró de un hombre apuesto y misterioso al que se entregó sin condiciones una veraniega noche de luna llena y desde entonces su condición humana cambió.

Ella piensa que lo más aburrido de su condición de vampiro es la monotonía que a veces genera el hecho de tener vida eterna, siempre en la misma aparente edad física. Y es precisamente el hecho de lucir siempre como de la misma edad lo que la ha obligado a estar en un cambio permanente de trabajo, vivienda y círculo de amigos. En los más de 100 años que lleva de vampiro ha tenido 43 trabajos diferentes y recientemente alcanzó la honrosa cifra de 19 identidades distintas y 12 nacionalidades. Afirma que para un vampiro, estos cambios al comienzo son molestos pero que terminan por acostumbrarse. Para cualquiera de nosotros representa en muchos casos una odisea pensar en el simple hecho de cambiar de trabajo y ni que decir de un cambio de identidad o nacionalidad. Pues bien, los vampiros han logrado, con el paso de los años, establecer contactos estratégicos en entidades gubernamentales que les facilitan los trámites. “La época de riñas y enfrentamientos mitológicos ya pasó, ahora los vampiros somos un gremio muy unido y solidario.” – cuenta Bárbara.

Sin embargo ha habido épocas en las que algunas gestiones se dificultan y fue por eso que se vio obligada a aceptar el trabajo diurno en que la conocí; el segundo en su vida. El primero fue durante la segunda guerra como asistente de enfermería pero no soportó más de 2 semanas sin que su gusto por la sangre humana la delatara y la obligara a huir. Bueno, aunque también me dijo que lo hizo para cambiar un poco la rutina, porque tantos años de vida nocturna al final resultan aburridores.

Dice que el amor solo existió una vez y duró muchos años, por el hombre que la convirtió en vampiro y la hizo su mujer; pero después de unos cuantos cambios de identidad y de país, terminó por aburrirse de él y lo abandonó. Desde entonces no se volvió a enamorar pero tampoco ha desaprovechado oportunidades para disfrutar la vida con amantes hombres y mujeres; a algunos los ha convertido en vampiros, a otros simplemente los abandona sin dar mayores explicaciones; “es que no cualquiera puede ni merece ser vampiro” – explica.

El concepto de familia es también diferente para ella, su familia es su “clan” pero no es perpetuo, cambia casi con la misma frecuencia que cambia de identidad; solo con un vampiro llamado “Iván” de origen ruso, vivió mucho tiempo, algunos años después de separarse de su gran amor. Iván estaba enamorado de ella pero para ella era como un hermano. Se separaron en los años 60 después de una temporada en Rumania en la que fue asesinado por un grupo de campesinos que lo descubrieron. Fue el último día que sintió una tristeza fuerte; superó con facilidad la pérdida y luego se acostumbró porque cada vez con más frecuencia empezaron a ser eliminados compañeros de sus diferentes clanes.

Afortunadamente las persecuciones ahora son menos frecuentes porque la gente ya casi no cree en vampiros y como ellos tampoco están interesados en hacerse notar mucho han frenado considerablemente la conversión de nuevos miembros.

Es difícil creer que ya han pasado 10 años de aquella inolvidable noche que pasamos juntos. ¿O será que me parece menos tiempo porque aún luzco como de la misma edad?

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