QUE VIVA EL CINE

Por Manuel.

Los unía el amor por el cine y una amistad a prueba de cualquier dificultad. Se conocieron en el trabajo hace muchos años y aunque solamente trabajaron juntos 6 meses fueron capaces de construir un sentimiento a prueba del tiempo.

A las 4:30 de la tarde de ese sábado se encontraron en la entrada del teatro, era la mejor excusa para romper esos largos periodos que duraban sin verse. Esta vez verían una película argentina poco comercial pero muy bien recomendada en los círculos de cinéfilos que ambos frecuentaban.

Ninguno de los dos era bueno para dialogar y tal vez por esa razón, asistir a cine era su cita ideal; no tenían que hablar mucho pero podían ser la compañía que a veces se necesita en una sala de cine. Era la forma en la que los dos habían decidido demostrarse ese afecto creciente, era la manera de decirle al otro que le importaba su existencia.


En este nuevo encuentro la vio más hermosa que de costumbre y la sonrisa que le regaló cuando lo vio, satisfizo pródigamente sus expectativas. Le entregó un libro de poesía de su escritor favorito, encontrado por accidente en alguna librería poco conocida.


Sin saber porqué, se sentía más nerviosa que de costumbre, tanto que llegó mucho antes que él pero se escondió en una cafetería para que no se le “notaran las ganas”. Desde la cafetería vio cuando él llegó a la puerta del teatro, se terminó el agüita aromática para los nervios y se dirigió a su encuentro. No pudo ocultar la alegría que le significaba verlo y sonrió. El le entregó un libro que ella siempre había querido y jamás había encontrado.


Igual que todas las veces cada uno pagó la boleta del otro e igual que todas las veces se tomaron un café mientras esperaban que empezara la función. Hablaron poco y de cosas sin trascendencia.

Recordaba la infinita emoción que le representaba tenerla a su lado en la sala de cine, pero, igual que siempre, la realidad superaba sin consideración a los recuerdos. Las películas que veía con ella siempre tenía que repetirlas porque era difícil centrar su atención en algo que no fuera ella. Su mirada apuntaba todo el tiempo a la pantalla, sus manos se aferraban entre sí para controlar la tentación de tomar las de ella; su espalda permanecía rígida y sus codos firmes para no llegar siquiera a incomodarla.

La ansiedad y el nerviosismo que le despertaba su presencia se acrecentaba en la sala de cine. Se moría de ganas porque la rodeara con su brazo y ver la película comentándola sutilmente para no interrumpir la trama ni perturbar a los demás. Se imaginaba besándolo furtivamente en las escenas menos importantes, llorando sobre su hombro en las escenas sentimentales y protegiéndose con su brazo en las escenas de pánico.

En un movimiento plenamente consciente pero de apariencia inocente, se tomaron de la mano sin mencionar una sola palabra y sin dejar de mirar la pantalla. Así de instintivo también fue el primer beso. No necesitaban hablar para expresarle al otro la emoción que sentían de estar haciendo realidad un sueño que los dos habían tenido y del que nunca habían hablado, hasta que todo pareció finalizar cuando los créditos iniciaron su eterno recorrido vertical por la pantalla del cinema. Esperaron un tiempo a que desalojara la multitud, tratando de eternizar el tiempo que sus manos permanecían enganchadas; emoción inteligentemente camuflada por el supuesto respeto por las personas mencionadas en los créditos.

El filme terminó, se soltaron las manos y salieron de la sala. Afuera todo volvió a ser como antes. Frases coherentes pero sin ninguna intención diferente a romper el silencio: “ya regreso, voy al baño”, “pensé que iban a venir más personas”, “¿Ya viste la última película de Amenábar?"

Todo lo que verdaderamente se querían decir lo decían con las miradas, pero aún así, nunca podían explicarse a ellos mismos porque dejaban que pasara tanto tiempo sin verse.

Caminaron muchas calles manteniendo ese silencio que solamente los dos comprendían y para el que solamente los dos eran capaces de identificar el momento preciso en que podían romperlo. De pronto se encontraron frente a una sala de cine de apariencia clandestina con una cafetería de barrio en la entrada como queriendo ocultarla. No necesitaron hablar para comunicarse la mutua intención de entrar. Estaba a punto de empezar la función así que, igual que todas las veces el uno pagó la boleta del otro, sin musitar palabra. No alcanzó el tiempo para tomarse el café.

Recordaba la infinita emoción de tenerla a su lado en la sala de cine.

Se moría de ganas porque la rodeara con su brazo.

Esta vez todo fue más fácil, a ninguno de los dos les importó que se tratara de la misma película argentina que acababan de ver. Se entregaron a una pasión desenfrenada que empezó con un beso mucho antes de que en la pantalla apareciera el nombre del filme y rápidamente se hallaron desnudos haciendo el amor en medio de la sala de cine. Claro, las cosas son más fáciles cuando uno de esos accidentes de la vida se atraviesa y te pone en una sala de cine solitaria.

Ni siquiera ese momento sublime sirvió para explicarse a ellos mismos porque dejaban que pasara tanto tiempo sin verse.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

REINICIO

LOS ZAPATOS COLGADOS DEL CABLE

EL DIA QUE CONOCÍ A LA BISNIETA DE GUILLERMO VALENCIA EN UN AVIÓN